miércoles, 9 de febrero de 2011

Mi duda

Quién puede colocar tantas deidades en un sólo templo.
Quién admira la belleza de un ocaso sin llegar.
Quién derriba su suerte entre bambalinas y se acomoda en un sofá de trastos.
Quién se convierte en despojos acumulados en un rincón y calentados por el frío del piso.
Quién se nutre de aire ferviente de espasmos, polvo de cemento encerrado en la filtración de una pared.
Quién arremete contra si mismo pensando que la caricia es un galope de dejadez, resignación y conformismo.
Quién blasfema su propia alma por llegar a un río en plena sequía.
Quién se propone seguir un camino ya pisado por otros, un camino sin vertientes, un camino sin sorpresas, un camino hecho de lo mismo.
Quién espera un destino ya encontrado en el fondo de una botella a la vuelta de la esquina.
Quién invierte tiempo y esfuerzo, amor y pasión, paciencia y desesperanza para continuar en algo tan predecible, tan común, tan vacío, tan igual a todo, tan atrincherado en las faenas de una juventud patética y sin futuro, una juventud que se deshila a sí misma con las arrugas de la frente y las entradas testales.
Quién se convierte en un cualquiera para solamente sentarse junto a ti.
Quién se convierte en un mañana sin presente.
Quién se alterna con otras voces y se adhiere a su miseria de pensamiento, de ser.
Quién se asfixia en obligaciones superfluas para darle un sentido a su vida sin saber hacia dónde mirar, sin saber qué hacer.
Quién se engaña viviendo unas segundas vidas y disfrazándose de si mismo.
Quién camina junto a los demás creando palabras de mentiras.
Quién se arropa con nubes de viento que no existen. ¿Quién hace eso?
Quién se desborda en su mediocridad colorida y adorada por todos.
Quién lamenta el tiempo y el espacio.
Quién susurra su desgracia en los poros de otro que no lo ve.
Quién mendiga atención e identidad y llora como una adolescente porque se siente incomprendido.
Quién se unta en la piel la estupidez, la ignorancia de creerse y no conocerse.
Quién necesita collar para que lo guíen.
Quién no se cree ciego por ver luces prendidas por otros.
Quién tiene esperanzas de hacer lo que no es capaz de entender, ni creer.
Quién es tan semejante a lo común, un todos los días.
Quién espera sin saber.
Quién se rinde a su ruindad para parecerse al otro.
Quién se clava en el pecho la indigencia del reconocimiento.
Quién desperdicia lágrimas de utilería.
Quién.

La cita

Me propuse una cita contigo y lo conseguí. Me propuse tenerte y lo hice, ahora sentada a tu lado me dejo embriagar por la apatía de tu aliento y tu estrechez encerrándome en mil paredes iguales de concreto y sin ventanas. 
Sin entender lo que me dices, hablo conmigo, me convenzo de que mi amor es sólo un poema de sensatez medible no deseada. Se aprecia si se viste de cotidiana mentira.
Aquí sentada a tu lado, desperdicio el tiempo irrecuperable sin lamentarme, me obligo a no quejarme a sabiendas de que me costará un precio impagable: mi propio reproche; pero sigo, me mantengo entre los augurios de un fin predecible proveniente de un Don Nadie al que acepte parecerme y que terminó siendo un truco sin secreto. 
El café me sabe amargo, sutura mis labios y endurece mi lengua. Mi paladar se deshace y mi cuerpo lo aborrece. El momento se hace largo y tedioso porque sólo me escucho a mi misma preguntándome qué hago allí, por qué pierdo el tiempo.